Sobre la probabilidad de los milagros
Siguiendo en mi serie contra el cristianismo, expongo el argumento de David Hume contra los milagros y refuto algunas de sus críticas.
Este artículo es parte de una serie de artículos contra el cristianismo, que podreis encontrar organizados aquí
Decía Sherlock Holmes que, una vez descartado lo imposible, lo restante debía ser cierto por improbable que parezca. El problema al que me enfrento en esta serie es el de qué hacer cuando lo que alguien intenta probar es justamente lo imposible: la resurrección de un muerto1. Desde hace casi 3 siglos este debate tiene el nombre de un escocés, el de David Hume. El impacto de este autor es tal que, parafraseando lo que Nozick dijo de Rawls, hoy todo el mundo debe o bien partir de él, o bien explicar por qué no lo hace2.
En su línea (acertadamente) empirista, Hume afirma que debemos presumir la veracidad de los testimonios porque sabemos por experiencia que la gente, en general, tiende a decir cosas ciertas cuando habla sobre algo que dice haber vivido. No obstante, esto no es una ley universal (ya que a veces los testigos se equivocan o mienten), sino una cuestión probabilística, y por lo tanto debe esta presunción a favor de los testimonios debe siempre oponerse a aquella experiencia que tengamos las circunstancias adyacentes: ¿Sabemos de otras ocasiones en las que este testigo particular haya mentido? ¿Tiene motivos para hacerlo ahora? ¿Está en sus cabales? ¿Hay alguna circunstancia que haya podido confundirle? ¿Se enfrenta a otras personas con testimonios opuestos? Y lo más importante ¿Cómo de verosímil es lo que nos está contando? De la ponderación de todos estos factores podemos concluir la probabilidad de que el testimonio sea correcto, y por lo tanto el hecho que atestigua haya sucedido.
En el caso de los milagros se da una particularidad que vuelve extremadamente difícil que este balance salga bien, y es que ese último factor que mencionamos, que no sería más que la probabilidad previa de que un hecho como el que discutimos pudiera llegar a ocurrir, es la más baja posible para un único suceso. Cuando hablamos de un milagro estamos hablando de algo que va contra leyes naturales, esto es, aquello sobre lo que nuestra experiencia nos dice que se repetirá con más frecuencia, hasta el punto de haber observado que se cumplen siempre y en toda circunstancia por más veces que se intente violarlas.
Por tanto, si queremos aceptar el testimonio de un milagro, tendremos que estar ante uno de tales características que su negación resulte más milagrosa si cabe que el verdadero milagro. Resulta esta una exigencia hercúlea, tal que es difícil encontrar testimonios de semejante calidad ya no para algún milagro, sino prácticamente para cualquier hecho histórico.
Y no solo eso, y es que incluso aunque uno tuviera una cosmovisión mucho más sobrenatural, y pensase por los motivos que sea que los milagros son algo bastante más común de lo que Hume o yo podemos imaginar (pero todavía tremendamente improbables, o no serían milagros en absoluto), todavía tendrían que superar a todos los milagros que cualquier otra religión competidora alegue, y las pruebas que muestre en su favor.
La mayoría de religiones (al menos hoy en día) presentan visiones excluyentes de la realidad, y por lo tanto la validez de los planteamientos de una resultaría en la invalidez de otras, así que para que podamos decir que un solo milagro de una religión concreta es más probable que sea cierto que sea falso, tendremos que encontrar que las evidencias para esa religión son mayores que las de todas las demás sumadas. Si pretenden usar como prueba definitiva un milagro concreto, como es el caso de algunos apologistas que pretenden sustentar todo el caso a favor del cristianismo sobre el supuesto hecho histórico de la resurrección de Jesús, entonces la fuerza de este caso tendrá que ser mayor que la de todos los milagros de todas las demás religiones sumadas.
Con esto concluye Hume, y concluyo yo, que no ha existido jamás milagro alguno apoyado por testimonios suficientes para poder aceptarlos.
La respuesta de Lewis
El argumento de Hume es no solo cierto, sino obvio. Cualquier persona razonable debería estar dispuesta a aceptar sin titubeos que si alguien nos presenta hechos extraordinariamente improbables la probabilidad de que lo que dice sea falso es mucho más grande que si lo que nos presenta son hechos comunes; de la misma forma que nadie debería objetar que los milagros son hechos extraordinariamente improbables, o de otra forma no serían milagros. No obstante, sigue siendo un argumento que ataca frontalmente creencias sostenidas con mucha vehemencia por mucha gente, lo que siempre va a acarrear intentos tan desesperados como sean necesarios para refutarlo.
Comenzaré con C.S. Lewis3, un autor que, si bien no suele ser mencionado en el ámbito académico, debe ser respondido por su enorme popularidad. Lewis presenta dos respuestas4:
Que el argumento de Hume es circular, puesto que para asumir que las leyes naturales están apoyadas por la “experiencia firme e inalterable” que menciona, uno debe asumir previamente que los testimonios a favor de los milagros son falsos.
Que la propia idea de que podemos hablar de probabilidades de que determinados hechos ocurran, incluso cuando hablamos de leyes naturales (o especialmente entonces) parte de una premisa no demostrada: la uniformidad de la naturaleza, esto es, la idea de que la naturaleza mantiene siempre las mismas leyes. Esta sería una idea que no podemos asumir por la experiencia, sino solo aceptando previamente la existencia de Dios, lo que conllevaría a su vez la posibilidad de que este lleve a cabo milagros.
Sobre la primera
El problema de esta respuesta es que pretende llevar el argumento de Hume más allá de donde él mismo lo deja. Hume no niega que existan testimonios en favor de milagros, sean estos más o menos creíbles, ni siquiera dice que no exista posibilidad alguna de que alguno de esos testimonios no sean ciertos, sino tan solo que no debemos creerlo puesto que la probabilidad de que así sea es muy pequeña precisamente por enfrentarse a dicha experiencia firme e inalterable. Esto no cambia cuando a esta se opone otra mucho más endeble y de naturaleza excepcional.
Cuando los atomistas sostenían que todo cae hacia el centro de la Tierra, aparentando lo contrario solo cuando son desplazados hacia arriba por otros objetos más densos que también caen, lo hacían también apoyados por una experiencia firme e inalterable. Una y otra vez ven este patrón repetirse y por más que intenten ver lo contrario son incapaces.
Esto será así independientemente de que a ellos llegue la historia de un hombre algún lugar lejano que fue capaz una vez de levitar mágicamente. Seguramente en ese momento los atomistas habrían rechazado como falsos dichos reportes, pero aunque se equivocasen y resultase de verdad ese hombre levitó, ese caso excepcional e irrepetible no cambia que lo que hayan observado haya sido y continúe siendo, indefectiblemente, la caída de todos los objetos.
Este es, por definición, el caso de todas las leyes naturales. Si no observásemos esta regularidad cumplirse de esta forma, no hablaríamos de ella como ley natural.
Sobre la segunda
el principio de uniformidad por la experiencia
Esta objeción erra desde el principio, ya que por supuesto que podemos basarnos en la experiencia para pensar que las leyes de la naturaleza se cumplen en todo lugar y en todo momento, y de hecho ese es el único motivo para aceptar algo así. Nada nos impide imaginar un universo en el que algunas zonas tengan leyes naturales distintas que otras (más allá de la interacción entre esas zonas, lo que solo nos exigiría cierto ingenio en algunos casos) o que estas vayan variando con el tiempo; si creemos que no es el caso es porque eso es lo que hemos observado en todo momento y en todo lugar.
Dice Lewis que no puedo decir algo como esto, que no puedo afirmar que creo que ese principio de uniformidad se cumple porque es lo que he observado, porque para hacer eso debo partir de la premisa de que el futuro se asemejará al pasado y eso lo convertiría en un argumento circular. Esto, de nuevo, es absurdo; no tengo que asumir que el futuro se asemejará al pasado, eso es de nuevo algo que he observado una y otra vez. En mis más de 20 años de vida nunca he visto que repentinamente toda masa en el universo dejase de atraerse, y creo que nadie más lo ha observado tampoco ¿por qué esa experiencia es inválida? ¿lo sería si lo que hubiese observado fuera lo contrario, que unas veces la masa se atrae y otras se repele?
La explicación es que parece que Lewis cree que el concepto mismo de probabilidad es una ley natural que podría o no estar presente, en vez de ser un instrumento para describir distintas realidades y que puede usarse independientemente de cómo sean estas. Lo cierto es que no es así, si no que en todo momento que tengamos varios estados posibles, bien digamos que son posibles en un sentido ontológico (¿cuándo se desintegrará este núcleo atómico?) o epistémico (¿qué cartas saldrán en el flop?) podremos hablar de probabilidades.
Lo más cercano a un universo sin leyes naturales de lo que podemos hablar es aquel en el que para cada fenómeno que se os ocurra (y sobre todo para los que no se os ocurran) haya infinitos estados posibles y todos ellos equiprobables, esto es, todos ellos compartirían el tener una probabilidad de suceso infinitesimal5, pero incluso para describir este caso hemos tenido que hablar de probabilidad. Y por supuesto, es fácilmente observable si estamos en un universo como ese o no6, y es que la probabilidad de ver un solo patrón repetirse una sola vez sería de 0, algo bastante distinto de lo que vemos en nuestro día a día.
La otra opción que se me ocurre es que haya algún conjunto de leyes naturales, pero que estas varíen cada cierto tiempo. Por supuesto, podría ocurrir que ese fuera el caso y que no lo sepamos porque aún no haya llegado el momento. Tal vez sea cada 100.000 millones de años y no podamos saberlo porque ni siquiera la vida del universo ha llegado a esa cantidad, pero en caso de que así fuera lo que sí podemos decir es que la probabilidad de observar un evento así en nuestras vidas es muy baja, ya que no tenemos registros de que haya ocurrido nunca, así que no es demasiado osado partir de la base de que no es así y corregir si un día nos encontramos con que la realidad nos contradice.
Para justificarse, Lewis pone un ejemplo que me resulta desconcertante. Dice Lewis que si un horario escolar dice que los martes a las 10 hay clase de francés es probable que un alumno al que no le guste esta asignatura lo pase mal los martes a dicha hora, pero pregunta ¿qué nos dice eso de las probabilidades de que el propio horario sea el que cambie? Me desconcierta este ejemplo porque es obvio que la respuesta es que nos dice mucho. Si tras años de experiencia vemos que el horario nunca ha cambiado en medio del curso, o siquiera de un curso a otro, podemos afirmar con cierta seguridad que no va a cambiar gracias a la experiencia que tenemos de ello. En caso contrario, si realmente los cambios de horario no fuesen un hecho con una muy baja probabilidad, su estabilidad observada durante años sería una anomalía estadística extraordinaria y no hay nada de lo que avergonzarse por habernos dejado engañar por ella.
El principio de uniformidad por Dios o por el instinto
Su última carga dentro de este ataque consiste en acusar a Hume de estar de acuerdo con él tanto en la necesidad de presuponer la uniformidad de la naturaleza, como en la imposibilidad de probarla, y por lo tanto de contradecirse a la hora de argumentar de esta forma contra los milagros. Esto sí parece tener cierto fundamento, pero resulta de una lectura incompleta.
Es cierto que Hume afirma, erróneamente creo yo, que no hay forma de razonar que el futuro será semejante al pasado, ni siquiera mediante un razonamiento empírico y meramente probabilístico ya que eso lo consideraría circular, así como que es imposible inferir ninguna relación causal sin partir de esa idea7. Ya he explicado por qué no estoy de acuerdo con esa idea, y por lo tanto no es necesario negar que Hume se contradiga en este caso, porque al menos yo no lo hago al sostener el argumento humeano sobre los milagros, pero quiero aclarar en cualquier caso que no es cierto que se de tal contradicción.
Lo dicho anteriormente se desarrolla en un capítulo de su Investigación sobre el entendimiento humano titulado “Dudas escépticas acerca de las operaciones de entendimiento”, pero es que el siguiente capítulo es precisamente “Solución escéptica de estas dudas”8. ¿Y cuál es la solución que da Hume a este problema? Muy sencilla, aceptar que es una cuestión completamente arracional9 y seguir trabajando sobre esa base sin más pretensiones. Esta creencia sería la expresión de un sentimiento que compartimos con los demás animales, la costumbre, y que precisamente por su importancia deberíamos agradecer que no se trate de algo dejado al arbitrio de la razón10.
Esta solución puede parecer poco satisfactoria, y ya he dicho que, si bien creo que tiene razón en cuanto a que tenemos esa tendencia innata sin necesidad de razonarla, se equivoca al no aceptar que puede argumentarse empíricamente; pero es una solución perfectamente válida para continuar con su obra sin más desarrollo, y para discutir con alguien que no pretende tomar una postura escéptica no es necesario nada más. Lewis no es una de estas personas, y esto lo sabemos desde el mismo momento en que pretende refutar a Hume en vez de preguntarse si el libro que encontró en la estantería realmente lo escribiría alguien llamado Hume o si habría aparecido espontáneamente.
¿Por qué entonces, si él mismo acepta que la experiencia es una buena guía para el futuro, saca esto a colación Lewis? Porque, según dice él, la única solución para creer esto es creer en Dios. Admite que podemos tomarlo como premisa sin tratar de darle justificación racional, por puro instinto animal como hace Hume (sin mencionar que es lo que hace Hume), pero dice que eso simplemente no es convincente, ya que ese instinto animal bien podría estar llevándonos a creer algo falso. La única forma de poder aceptar el principio de uniformidad de forma racional es presuponer la existencia de Dios, ya que entonces podemos asumir que Dios es el que nos implantó ese instinto y por lo tanto este será fiable. Y, lo más importante, al asumir la existencia de Dios no supondrá un reto asumir la existencia de los milagros.
Hay dos problemas evidentes con esto: el primero es que es un argumento absurdo, el segundo que es un argumento irrelevante.
Es absurdo porque para evitar tomar una premisa, la de la uniformidad de la naturaleza, sin justificarlo apropiadamente, lo único que hace es añadir otra más sin ningún otro intento de justificarla más allá de contentarse con que sería útil que fuera así para poder justificar la primera. Equivalente a esto sería que fuese a vender una joya a una casa de empeños y ante las dudas del dependiente sobre su valor le respondiera “oh, no os preocupéis, un afamado joyero confirmó su pureza” y cuando me preguntasen por su identidad respondiese “no, jamás he visto a tal joyero, pero cabe la posibilidad de que algún joyero hiciese realmente esa prueba, y de ser así estaría justificado en mi creencia de que esta joya es de la calidad que os digo”.
Y es irrelevante porque lo único que confirmaría es la posibilidad de los milagros, pero es que eso es algo que nadie ha negado (al menos no aquí). Hume no trata de decir que los milagros sean completamente imposibles, su argumento es meramente probabilístico. Aunque aceptásemos la existencia de un dios capaz de resucitar gente a voluntad, como quiere Lewis que hagamos, esto sigue siendo una acción que no suele llevar a cabo casi nunca, si no nunca, y por tanto el argumento humeano sigue en pie.
La réplica de Earman
Si en el ámbito popular es posible que la de Lewis sea la réplica de más éxito, en el académico lo sería la de John Earman. Lidiar con esta creo que será más sencillo, ya que se basa por entero en un hombre de paja que crea en apenas dos páginas, y por lo tanto me bastará con explicar por qué se trata de un hombre de paja e ignorar todo lo demás que dejó escrito.
De acuerdo con Earman, lo que hemos debatido hasta ahora se basa en lo que denomina “la regla de inducción directa de Hume”. Según esta regla, si tenemos un número n de observaciones de algún fenómeno A, y todas resultan de la forma X, si n es un número suficientemente grande entonces la probabilidad de X dado A es de 1; por lo tanto, como con todas las leyes naturales se da ese n “suficientemente grande”, la probabilidad de que se cumplan es 1, y todo lo que implique contradecir esto debe tener por lo tanto probabilidad 0, como es el caso de los milagros11. A partir de ahí dedica sus esfuerzos a mostrar por qué eso es falso.
Por supuesto, una idea como esa no es más que una idiotez, pero el problema es que esa idea solo está en la cabeza de quien la ataca. Hume jamás dice nada parecido, y de hecho la contradice de forma bastante explícita en el mismo capítulo de su argumento contra los milagros. Lo hace cuando resume sus conclusiones en la famosa máxima de que solo puede aceptarse el testimonio a favor de un milagro si la falsedad de dicho testimonio fuera más milagrosa que el milagro en sí12, o cuando pone un ejemplo concreto de testimonios que cumplirían ese criterio y serían suficientes para convencerle de que un milagro ha ocurrido13.
¿En qué se basa entonces Earman? En el uso de Hume del término “prueba” para referirse a la evidencia empírica detrás de las leyes naturales, y la definición que Hume da de ese término como “aquellos argumentos derivados de la experiencia que no dejan lugar a duda o discusión”. Pues parémonos a analizar el pasaje en el que Hume da dicha definición, en una nota a pie de página al inicio de su capítulo sobre la probabilidad:
El señor Locke divide todos los razonamientos en demostrativos y probables. Desde este punto de vista, tenemos que decir que sólo es probable que todos los hombres han de morir o que el sol saldrá mañana. Pero, para ajustar más nuestro lenguaje al uso común, debemos dividir los razonamientos en demostraciones, pruebas y argumentos probables, entendiéndose por pruebas aquellos argumentos derivados de la experiencia que no dejan lugar a duda o discusión14
De esta lectura no puede resultar más evidente que interpretar que con esto se refiere a que una prueba da como resultado una probabilidad de un 100% de un suceso es erróneo. Lo que dice Hume es que, si bien en sentido estricto ni siquiera algo tan obvio como que el sol saldrá mañana pasa de la categoría de probable, en el habla común podemos hablar de pruebas para cuestiones como esa, en las que la probabilidad de equivocarnos es despreciable y es por eso por lo que decimos que no da lugar a la duda. De la misma forma que si un amigo me dijera que se va con 100€ a jugarlos al rojo en la ruleta, y que no piensa parar hasta ponerse a 0 o volverse millonario, nadie vería problemas en decir que sin duda lo perderá todo, pese a que estadísticamente su éxito es posible y la probabilidad fácilmente cuantificable.
Como es lógico, no es necesario refutar el resto del desarrollo de Earman, que es correcto pero vano.
Conclusión
Muchas más respuestas se han ofrecido a lo largo de la historia, pero dicha cantidad convierte en una tarea hercúlea el proponerme responder a todas ellas, y tampoco sería necesario hacerlo puesto que la gran mayoría de ellas se caen por su propio peso15 me contento con haber respondido a las que creo que, por unas razones u otras, más destacan.
Visto lo precedente, debo concluir que el argumento humeano es sólido, y en consecuencia la prueba exigida para aceptar un milagro no solo debe ser fuerte, sino extraordinariamente fuerte, más fuerte que la exigible para aceptar cualquier otro suceso. ¿Cumple ese criterio la resurrección de Jesús? En el próximo artículo mostraré que no, y que es muy sencillo encontrar otras muchas hipótesis alternativas mucho más probables.
Pero incluso aunque alguien considerase una frecuencia de milagros extraordinariamente elevada, y tuviese también una injustificada confianza en aquellos que lo atestiguan, lo que podría llegar a volver esa exigencia en algo alcanzable, debemos recordar que, como señaló el filósofo escocés, cuando se pretende usar ese milagro para probar la validez de su religión, eso debe hacerse excluyendo todos los de las demás religiones, y por lo tanto también la evidencia a favor de estos milagros debe ser mayor que la evidencia a favor de los milagros que alegan todas las demás religiones sumadas. En otro sucesivo artículo mostraré que no solo no es así, sino que el cristianismo ni siquiera está cerca del nivel de evidencia que aportan para sus milagros fundacionales otras religiones de cuya falsedad no dudará el lector católico de este blog.
En lo sucesivo, hablaré de lo expresado en David Hume, Investigación sobre el conocimiento humano (Madrid: Alianza Editorial, 2022), 171-201.
He de decir que considero que el mérito que se le da puede ser en ocasiones excesivo, ya que no creo que nada de lo que diga no sea algo a lo que pueda llegar cualquier persona no extraordinariamente dotada ni instruida de forma completamente independiente, y de hecho yo mismo he llegado a muchas de sus conclusiones (de forma más o menos elaborada y tanto en este como en otros ámbitos) de forma natural incluso desde mi niñez, antes de haber leído a Hume o a ningún otro autor similar, lo que da muestra de lo intuitivas que son (al menos para ciertas personas). No obstante, sigue recibiendo el reconocimiento del pionero como lo reciben todos independientemente de lo sencillas que parezcan sus aportaciones, y es que Hume es al fin y al cabo probablemente el primer autor de influencia comparable abiertamente ateo desde la Grecia clásica (soy consciente de los debates que puede despertar esta última frase, y conscientemente decido ignorarlos).
Ninguno de estos argumentos es único ni original de Lewis, pero él es el que los ha defendido ante un mayor público.
Clive Staples Lewis, Miracles (HarperCollins, 2009), Cap. 13, On Probability.
Aún así, uno bien podría decir que ese tampoco sería un universo con sus propias leyes, siendo su ley fundamental el que no haya ninguna otra ley. Esto es algo aplicable a cualquier intento similar, siempre que alguien pretenda describir un universo sin leyes naturales uno siempre puede responder repitiendo la descripción que se le haya dado y afirmándola como ley natural de dicho universo.
Ignoremos el hecho de que en un universo como ese nada sería observable en realidad, o al menos la probabilidad de que algo lo fuera sería infinitesimal. Asumamos nuestro papel de observadores mágicos, capaces de alguna forma de ver ese extraño caos.
Hume, Investigación, 75-84.
Hume, Investigación, 85-104.
Nótese que no digo irracional, puesto que no sería algo que vaya contra la razón, sino algo que opera de forma completamente independiente.
“Añadiré, para mayor confirmación de la teoría precedente, que como esta operación de la mente, por medio de la cual inferimos los mismos efectos de causas iguales y viceversa, es tan esencial para la subsistencia de todas las criaturas humanas, no es probable que pudiera confiarse a las engañosas deducciones de nuestra razón, que es lenta en sus operaciones, que no aparece en grado alguno durante los primeros años de infancia y que, en el mejor de los casos, está en toda edad y periodo de la vida humana muy expuesta al error y a la equivocación. Concuerda mejor con la sabiduría habitual de la naturaleza asegurar un acto tan necesario de la mente con algún instinto o tendencia mecánica que sea infalible en sus operaciones, que pueda operar a partir de la primera aparición de vida y pensamiento y que pueda ser independiente de todas las deducciones laboriosas del entendimiento. De la misma manera que la naturaleza nos ha enseñado a usar nuestros órganos sin darnos conocimiento de los músculos y nervios por los cuales son movidos, igualmente ha implantado en nosotros un instinto que conduce al pensamiento por un curso que corresponde al que ha establecido entre objetos externos, aunque ignoremos los poderes o fuerzas de los que este curso y sucesión regular de objetos depende en su totalidad" Hume, Investigación, 103-104; No es difícil ver esto desde una perspectiva darwinista, ni es tampoco descabellado pensar que Hume se tomaría bien esa interpretación, véase David Hume, Dialogues Concerning Natural Religion and Other Writings, ed. Dorothy Coleman (Cambridge University Press, 2007), 58-61.
John Earman, Hume’s Abject Failure, The Argument Against Miracles (Oxford University Press, 2000), Cap. 9: Hume’s Straight Rule of Induction and His «Proof» against Miracles.
Hume, Investigación, 180.
Hume, Investigación, 197.
Hume, Investigación, 105.
Por dar un ejemplo, una que he oído y leído en múltiples ocasiones es la “pero es que si se aplicase ese criterio a todo tendríamos que rechazar todo evento histórico” ignorando que esa es precisamente la conclusión a la que se pretende llegar.