Desde la crucifixión hasta nuestras biblias
Nota: este artículo forma parte de una serie que estoy escribiendo contra el cristianismo. La lista ordenada de todos los artículos publicados en esta serie se puede encontrar aquí:
Hasta ahora he dedicado dos artículos a hablar sobre los Evangelios, pero únicamente sobre su composición: su autoría, la fecha, y la relación de dependencia entre ellos. Una de las conclusiones que saqué fue que estos son, al menos, unos cuarenta años posteriores a los hechos que relatan, así que la pregunta es ¿qué ocurrió en ese espacio de tiempo? ¿Cuáles son las fuentes de los evangelistas (más allá de lo que ya sabemos, los otros evangelistas)? ¿reflejan lo que decían los testigos de los hechos, o por el contrario su testimonio fue desfigurándose con el paso del tiempo?
Ahora bien, los Evangelios no solo fueron escritos 40 años después de los hechos, también casi 2000 años antes de la actualidad ¿puede ser que haya sufrido cambios similares a los que acabamos de hipotetizar?
Por tanto, este es un artículo que tratará de la evolución del Evangelio en sentido amplio, aquel término usado para referirse a la buena nueva de la muerte y resurrección de Jesús para perdón de nuestros pecados, hasta llegar a ser lo que hoy tenemos en nuestro actual Nuevo Testamento.
La tradición oral
Si bien no podemos descartar que hubiera escritos anteriores en los que los evangelistas se basasen para su redacción, en una cultura con una alfabetización tan baja como la del primer siglo parece que hay una respuesta inmediata más obvia: la del boca a boca o, en términos más técnicos, la tradición oral.
Esto presenta ya un problema claro, y es que la tinta permanece pero la voz se la lleva el viento, obligándonos a confiar en la memoria humana desde ese momento ¿permite esto una transmisión fiel durante un periodo de tiempo tan largo? Para saberlo deberemos estudiar la medida en la que esos posibles errores en la transmisión y en el recuerdo del mensaje, o incluso manipulaciones interesadas facilitadas por la falta de un registro escrito que alguien pueda contrastar con lo que le digan, acumulándose además durante un periodo de tiempo relativamente largo, han podido deformar el mensaje original hasta hacerlo sustancialmente diferente y por lo tanto convertir el Nuevo Testamento en una fuente no tan fiable como uno podría desear.
Por supuesto, existe cierto sector que opina que esa deformación no se dio, o al menos no en alto grado. Existe un gran número de personas que tienen las comunidades basadas en tradiciones orales muy mitificadas, pensando en ellas como lugares poblados por gente con memorias inusitadas, capaces de memorizar enormes obras y transmitirlas sin error alguno durante años. Otros optan por versiones más sutiles en las que se plantean mecanismos que podrían evitar esas deformaciones. En cualquiera de los dos casos, creo que se equivocan, y que es algo bastante claro que la transmisión oral siempre permitirá un enorme grado de deformación con el paso del tiempo.
La reproducción serial
Pongámonos en situación con un caso hipotético: tras la muerte de Jesús sus discípulos empiezan a esparcir la nueva religión a los cuatro vientos, y para ello algunos de ellos realizan viajes a distintas ciudades, logrando convertir a algunos lugareños; un comerciante que pasa por alguna de estas ciudades conoce a una de estas comunidades, se convierte también a su nueva religión e intenta aprender todo lo que pueda de esta, y cuando vuelve a su hogar la difunde entre sus familiares y allegados; estos se ven a su vez convencidos, y la comparten con los demás, encontrando incluso otros grupos de cristianos, con los que intercambian las historias que conocen y retroalimentan su nueva fe, coordinándose para difundirla y conseguir nuevos adeptos. Este ciclo se repite indefinidamente hasta que alguna de las historias que partían de esos primeros discípulos llega a los oídos del autor del primer Evangelio a través de esta concreta cadena, uniéndose a las otras que habrá escuchado por sucesiones análogas, o incluso a la misma que probablemente le llegaría por otras líneas que, compartiendo un “ancestro común”, se separaran en algún momento y acabaran en personas independientes transmitiéndosela.
La pregunta relevante aquí es, ¿Qué cantidad de mutaciones meméticas podrían haber ocurrido aquí? ¿Hasta que punto podrían llegar a cambiar el mensaje final? La evidencia empírica nos dice que el grado en el que esto ocurriría no es nada desdeñable.
Uno de los primeros estudios a este respecto, de carácter seminal, es el publicado en 1932 por Frederic Bartlett, que se refería a este fenómeno como “reproducción serial”1. En sus experimentos Bartlett entregó a sus sujetos un texto corto, de no más de 400 palabras, sea algún cuento, un mito, algún texto histórico, o incluso cosas más mundanas como parte de una crítica a un libro sobre tenis. A todos ellos se les pedía que lo leyesen dos veces a su ritmo de lectura normal antes de que, transcurridos entre 15 y 30 minutos, les pidiese que escribieran lo que recuerden de ella; tras ello esta nueva reproducción se le presentaba a un sujeto distinto y el ciclo se repetía.
Si bien en estos experimentos dichos textos solían alcanzar una forma estable al cabo de unas pocas iteraciones, de forma que las subsiguientes realizaban ya pocos cambios (aunque no despreciables), esta fue en todos los casos muy distinta de la original, en la mayoría hasta el punto de ser completamente irreconocible.
Estos experimentos se han replicado en múltiples ocasiones, y generalmente apoyando las conclusiones de Bartlett2. Por ejemplo, en un estudio similar de 20183 en el que se llevaron a cabo 285 series de 3 iteraciones se encontró que solo en el 50% se mantuvieron los elementos clave de las historias originales (lo que no quiere decir que no hubiera modificación alguna) mientras que en hasta un 30% esta estaba completamente desaparecida.
Uno podría objetar, y no sin razón, que el contexto de estos experimentos es demasiado diferente al de lo que estamos hablando para poder hacer equiparaciones válidas. No hay más que ver cuáles son los principales resultados en esos experimentos, que consisten generalmente en grandes acortamientos de las historias al no poder recordar toda su extensión, o cambios en los nombres al no ser capaz de recordarlos bien.
Es razonable pensar que esto sería distinto si en vez de hablar de una cuestión de minutos u horas, en el contexto de un experimento que tampoco es que te interese demasiado, estuviésemos hablando de algo tan importante como los mitos fundacionales de una religión de la que eres uno de sus nuevos fieles adeptos, seguramente recordarían mejor los detalles. No obstante, también es posible que eso resultase en nuevos problemas, es verosímil la hipótesis de que precisamente esa implicación sea la que les llevase a mezclar lo que dicen con otros intereses o creencias previas, llevándoles a omitir o distorsionar en ciertas formas lo recibido, en vez de limitarse a la única tarea de transmitirlo fielmente4.
Para ver que es lo que predomina, veamos qué sabemos sobre la evolución de otras historias que pervivieran en sociedades eminentemente orales y a través de esa vía.
Fuera del laboratorio
En el estudio de la literatura oral hay dos autores clásicos: Milman Parry y su discípulo, Albert Lord5. Estos dos autores no se dedicaron principalmente a los estudios bíblicos, sino a los homéricos, pero para ello hicieron un gran estudio de la literatura oral en general, con un gran trabajo de campo sobre su contemporánea6.
Su conclusión puede resultar sorprendente, y es que el momento de la composición del poema es el mismo de su actuación. Estos, aunque estén relatando hechos históricos o incluso sus propias vivencias7, no parten de ninguna secuencia fija que hayan memorizado, sino que improvisan in situ usando para ello ciertas fórmulas y motivos predefinidos8. En consecuencia, si bien podemos ver en las distintas actuaciones de una misma canción un tronco común, una serie de elementos que permanecen de la historia y que permiten reconocerla, estos sufren modificaciones sustanciales9. De acuerdo con Milman, este proceso lleva inevitablemente a que lo que comienza como un poema histórico se convierta en un cuento ficticio para idealizar el presente10.
La observación nos sugiere que este resultado se replica allá donde nos encontremos con algún tipo de tradición oral transmitida a lo largo de las generaciones sin el apoyo de un texto escrito: desde tribus africanas con escaso contacto con la escritura, tanto en generos poéticos como narrativos11; hasta otros contextos tan cercanos a Jesús como es la transmisión de la Misnah judía12.
No obstante, también se ha dado contraejemplos en este debate, de los que voy a destacar dos de los que creo que encuentro más habitualmente: la transmisión de las Vedas hindúes, y el haflat samar, pero en ambos podemos encontrar grandes problemas.
Los vedas
Los vedas son cuatro libros religiosos del hinduismo, posiblemente de épocas tan antiguas como el segundo milenio antes de Cristo. Estos textos alcanzan cierta fama fuera del mundo hindú por la supuesta fidelidad absoluta en sus milenios de transmisión oral, así como por las originales técnicas que los encargados de cantarlos usan para su memorización, lo que los llevaría a ser declarados patrimonio inmaterial de la humanidad por la UNESCO.
El motivo para este método de transmisión no es la falta de conocimiento de la escritura por parte de su población. Más bien al contrario, su recitación está reservada a los brahmanes, la casta alfabetizada. Esta es una restricción autoimpuesta por motivos religiosos, una prohibición a dejar las vedas por escrito o a leerlas que, sin embargo, no fue siempre seguida.
No solo contamos con muchos manuscritos más o menos antiguos de las Vedas, sino que incluso en alguno de ellos se da la ironía de que finaliza citando dicha prohibición, y es que a pesar de todo parece que el apoyo en los textos escritos para la memorización fue una práctica existente13.
Uno puede ir más allá, y sostener que es probable que el propio origen de los vedas se encuentre la palabra escrita, pasándose solo posteriormente a una transmisión oral meticulosamente mantenida. Esto es de suma relevancia incluso obviando la evidencia posterior de apoyo en manuscritos para la memorización, ya que es esto lo que permitiría en un primer momento desarrollar y poner en práctica las técnicas de memorización tan peculiares por las que son conocidos, un proceso muy difícil de imaginar de una forma puramente oral y mediante el cual podrían lograr alcanzar una forma fija del texto14.
Puede que, aunque seguramente no en la medida en la que afirman los adeptos de esta religión, encontremos en los vedas un ejemplo de gran fidelidad en la transmisión de un texto a lo largo de los siglos; pero no está del todo claro que lo que veamos sea una transmisión fiel de una tradición oral, o al menos no completamente.
El haflat samar
El haflat samar, algo así como “fiesta de la preservación” en árabe”, no es más que una reunión tradicional en pueblos de Egipto en la que la gente se intercambia historias y se cuenta poesías. En esta “ceremonia” los ancianos cuentan sus historias a los demás, que si se han criado dentro de la comunidad y escuchando sus historias pueden pasar a ser a recitarlas ellos mismos en un futuro, manteniendo así la tradición viva.
Fue a finales del siglo pasado cuando Kenneth Bailey, un teólogo y lingüista estadounidense, ofreció esta celebración como un modelo de como pudieron esparcirse las historias sobre Jesús en el siglo primero15. Destacaba Bailey dos características de esta ceremonia: el control sobre quién puede llegar a recitar frente a la comunidad, y el hecho de que esta estuviera presente y pudiera corregirle en cualquier momento si se equivoca. Mediante procedimientos como este, que denomina “tradición informal controlada”, asegura que se logra una gran fidelidad a lo largo del tiempo, y ofrece como evidencia una serie de historias concretas que le fueron contada por ese método en distintos contextos, momentos y lugares; así como la comparación de ciertas historias sobre un misionero evangélico de aquella zona, John Hogg, que pudo comparar con una biografía de este personaje escrita por su hija, Rena Hogg.
Los problemas con este modelo son dos: ni está demasiado claro que algo similar haya sucedido con el cristianismo del siglo primero, ni esto da resultados tan buenos como Bailey parece creer.
En primer lugar, no tenemos demasiadas pruebas de que haya existido ese control sobre quién podía transmitir las historias sobre Jesús y quién no podía hacerlo, ni tampoco sobre que haya habido un público en posición de corregir a quién lo hacía. Sí creo que hay pruebas en contrario gracias a las epístolas de Pablo, que nos dan cierta información sobre su obra evangelizadora que contradice esta noción de transmisión controlada.
Pablo predicó el Evangelio a lo largo del mediterráneo y fundó comunidades cristianas en muchas lugares distintos, fue él la principal fuente de información para muchos cristianos antes de los Evangelios y aún es hoy una importante al ver algunas de sus epístolas canonizadas en el Nuevo Testamento. Sin embargo, no podemos decir de él que haya dedicado gran parte de su vida a aprenderse las historias que haya contado sobre Jesús a sus oyentes, ya que él mismo se jactaba de lo contrario. Afirmaba Pablo que nadie le contó a él lo que sabe, sino que lo recibió por revelación divina, y que si bien llegó a conocer dos apóstoles (Pedro y Santiago), solo permaneció con ellos quince días (Gálatas 1:11–24) . Tampoco nadie de estas comunidades podría haberlo corregido ya que, si Pablo recibió su conocimiento de Dios, ellos lo recibieron del propio Pablo.
Sobre la segunda cuestión en disputa, la de la efectividad de este método, Theodore Weeden nos ofrece una refutación contundente16. Weeden examina los ejemplos que Bailey pone para apoyar su versión, y encuentra que estos funcionan más bien para refutarla.
Especialmente persuasivo es el caso de las historias sobre John Hogg que podemos comparar con las encontradas en la biografía escrita por su hija sobre él. En ellas Weeden encuentra múltiples contradicciones, pero no solo eso, sino que en el proceso de leer dicha biografía se encontró algo más interesante: la propia autora da un rechazo explícito a la idea que Weeden intenta transmitir.
Rena Hogg explica que escribió ese libro con miedo a que la historia de su padre se perdiera al entremezclarse hechos con ficción en el boca a boca, algo que afirmaba que ya estaba ocurriendo a tal nivel que era difícil distinguirlos. Y no solo eso, sino que según ella eran muchas las versiones de una misma historia que circulaban, e incluso llega a poner un ejemplo. Este ejemplo es particularmente revelador porque, aunque encuentra un paralelo en lo que cuenta Bailey, mantiene también contradicciones con su versión, pero para más inri este es a su vez una versión deformada que Rena había escuchado de la historia real, que luego pasa a relatar y que resulta todavía más diferente a la contada por Bailey17.
Si de algo puede servir el haflat samar, es precisamente para ejemplificar lo poco confiable que puede ser la transmisión oral con el paso del tiempo, y no lo contrario.
Las variaciones que conocemos
Hasta ahora solo hemos visto cuestiones generales, algo que ayuda a deducir lo que habría pasado en un caso concreto como este, pero ¿tenemos alguna prueba directa de que haya sucedido aquí? Lo cierto es que tenemos la suerte de contar no solo con un único Evangelio, sino con múltiples registros históricos escritos en distintos momentos, más o menos cercanos a los acontecimientos, y ya en ellos podemos observar las deformaciones de las que hemos hablado.
A lo largo y ancho de los Evangelios y demás fuentes de información acerca de la resurrección podemos encontrar dos de estas señales: múltiples versiones de un mismo acontecimiento, más o menos contradictorias entre ellas; y anacronismos que revelan que , o bien un episodio concreto fue concebido por completo en un momento muy posterior a los hechos, o bien este sufrió añadidos desde entonces que lo llevaron a su estado actual, añadidos que representan precisamente aquello de lo que estamos hablando. Cierto es que para la mayoría de estos casos existe una respuesta desde los apologetas a la que cualquier cristiano debe acogerse, pero no es necesario en este momento darles respuesta.
Creo que hasta el cristiano más convencido de la inerrancia bíblica puede ver que, independientemente de lo necesarios que sean para mantener su creencia, las soluciones que se aportan a estas contradicciones son muy antinaturales, que requieren cierto contorsionismo, y que para aceptarlas es necesaria una presunción que te fuerce a buscar cualquier solución que no implique su falsedad. Como comenté en artículos anteriores de esta serie, no caben presunciones como esta en este momento, ya que no estoy tratando de elaborar argumentos a favor de mi postura sino que estoy evaluando el argumento de la parte contraria, y es este el que tiene que mostrar solidez suficiente. Las contrarréplicas a los intentos de armonización los dejo para otros artículos en los que uso estas discrepancias para refutar el cristianismo, como fue mi artículo sobre la muerte de Judas. En cualquier caso, y aunque no se considere completamente contradictorio ningún versículo, deben aceptar que la inclusión o no de detalles relevantes suponen variaciones en la historia.
Aclarado eso, ¿de qué estamos hablando concretamente? De algunos ya he hablado en este blog: es el caso que acabo de mencionar sobre la muerte de Judas; el episodio del tributo al César, que implica el uso de una moneda y el pago de un tributo que no tienen sentido en un contexto previo a la guerra judeorromana; o las referencias a la destrucción del templo, que parecen partir de un discurso apocalíptico anterior actualizándolo para reflejar las condiciones de la época. De estos dos últimos hablé en mi artículo fechando los Evangelios.
Encontramos muchas variaciones especialmente en la pasión, la resurrección y las posteriores apariciones de Jesús, justamente el tema del que estamos hablando. Por ilustrar esta realidad, ofrezco los siguientes 20 ejemplos:
A la hora de apresar a Jesús, en los tres sinópticos este es identificado con el beso de Judas, momento en el que es apresado (Mc 14:43–46, Mt 26:47–50, Lc 22:47–54). No ocurre así en Juan (18:1–12) donde, al ver llegar a Judas con los guardias, Jesús se adelanta a ellos y antes de que digan ni hagan nada les pregunta a quien buscan, a lo que responden que a Jesús de nazareno, y este es el que se identifica a si mismo diciendo que él es Jesús el nazareno, sin que en ningún momento Judas se separe del grupo ni se acerque a él para besarle.
En el mismo episodio y en los cuatro Evangelios alguien corta la oreja al criado del sumo sacerdote con su espada, pero hay tres diferencias en como sucede eso: 1ª solo en Juan se especifica que el que corta la oreja al criado es Pedro, mientras que en los otros tres Evangelios solo se dice que esuno de los que estaban con Jesús en ese momento; 2ª en Marcos y Mateo esto ocurre después de que Jesús sea apresado, pero en Lucas y en Juan ocurre antes; y 3ª Solo en Lucas Jesús cura milagrosamente la herida al criado después de lo ocurrido, y antes de ser apresado.
En los tres sinópticos Jesús es llevado después de su detención ante el sanedrín, reunido en casa del sumo sacerdote Caifás (solo Marcos no dice el nombre del sumo sacerdote), y allí fue condenado a muerte después de que entendieran que confesó una blasfemia (Mc 14:53–63, Mt 26:57–66, Lc 22:66–71). En Juan la sucesión es muy distinta, allí Jesús es llevado primero ante Anás, suegro de Caifás, y luego se une el propio Caifás para interrogarle sin reunión del sanedrín. Tras eso lo llevan ante Poncio Pilato sin que haya todavía condena a muerte ni reunión del sanedrín (Jn 18:13–31).
¿Qué dice Jesús frente al sanedrín para que entiendan que estaba blasfemando? En Marcos es la respuesta a la pregunta de si es el Mesías “Yo soy. Y veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder y que viene entre las nubes del cielo” (14:62); en Mateo no menciona el famoso “Yo soy”, sino que comienza la misma frase (o al menos una muy semejante) con un “tú lo has dicho”; en Lucas a ese cambio se le añade otro, que no les dice que vayan a ver al Hijo del hombre, algo que probablemente ya se habría demostrado falso al momento de redactarse el Evangelio de Lucas por la muerte de la gente del sanedrín, sino únicamente que desde ese momento el Hijo del hombre estaría sentado a la derecha de Dios.
Solo según Lucas es llevado Jesús ante Herodes durante su juicio, al pensar Pilato que esto era asunto de su competencia (Lc 23:8–12).
De acuerdo con Juan, la decisión final de crucificar a Jesús fue tomada en el día de preparación de la Pascua (Jn 19:14), algo imposible en los sinópticos ya que en estos la pascua fue incluso antes de la detención, durante la última cena (Mc 14:12, Mt 26:17, Lc 22:8).
En los sinópticos no es Jesús quien lleva la cruz al lugar de la crucifixión, sino que otro hombre es forzado, Simón de Cirene (Mc 15:21, Mt 27:32, Lc 23:26). Según Juan, fue Jesús quien llevó su propia cruz (Jn 19:17).
En Marcos (15:23) a Jesús se le ofrece vino mezclado con mirra, pero Mateo (27:34) dice que el vino era mezclado con hiel. Los otros dos no mencionan nada al respecto.
En todos los Evangelios Jesús es crucificado con otras dos personas (Mc 15:27, Mt 27:38, Lc 23:33, Jn 19:18) pero, mientras que en Marcos y Mateo ambos insultan a Jesús (Mc 15:32, Mt 27:44), según Lucas solo uno de ellos lo insultaba, mientras que el otro lo reconoció como mesías (Lc 23:39–43).
Solo Marcos y Mateo están de acuerdo en cuáles fueron las últimas palabras “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15:34, Mt 27:46), según Lucas son “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (23:46) y según Juan fueron “Está cumplido” (19:30).
En Marcos, la muerte de Jesús vino acompañada del velo del templo rasgándose (15:37–38); Mateo añade a eso la llegada de tinieblas sobre toda la tierra, un terremoto, y la resurrección de los muertos que salieron de sus tumbas y se pasearon por la ciudad (27:45–53); Lucas incluye el oscurecimiento y el velo rasgándose, pero no el terremoto ni la resurrección de los muertos (23:44–45); Juan no menciona nada de esto.
Tras ver la muerte de Jesús, el centurión dice según Marcos y Mateo (Mc 15:39 y Mt 27:54) que Jesús era verdaderamente el hijo de Dios, pero el centurión de Lucas solo dice que era inocente (23:47). En Juan no hay ninguna reacción a la muerte de Jesús, y de hecho parece que ni siquiera la viesen, sino que se encuentraran por sorpresa con que ya estaba muerto cuando iban a partirle las piernas tanto a él como a los otros dos crucificados (19:31–35).
Solo Mateo menciona que se ordenase poner unos guardias vigilando el sepulcro, que luego serían sobornados para decir que el cuerpo de Jesús fue robado mientras dormían (Mt 27:63–66, 28:11–15).
En cada Evangelio las personas que llegan por primera vez al sepulcro tras la resurrección son distintas. En Marcos fueron María Magdalena, María la de Santiago y Salomé (16:1); en Mateo falta Salomé de esa lista (Mt 28:1); en Lucas son María Magdalena, María la de Santiago, Juan y otras mujeres de quienes no aclara nombre (24:10); y en Juan es tan solo María Magdalena.
En todos los Evangelios salvo en Mateo nos encontramos que la piedra que cubre el sepulcro estaba ya movida cuando llegan las mujeres (Mc 16:4, Lc 24:2, Jn 20:1), pero en Mateo es un ángel el que quita la piedra frente a las mujeres (Mt 28:2).
Hay discrepancia sobre lo que encuentran dentro: en Marcos es un hombre joven (16:5), en Mateo el ángel que acabamos de mencionar, en Lucas con dos hombres “con vestidos refulgentes” (24:4), y en Juan con nada en absoluto (20:1–10) siendo tiempo después cuando se le aparece a María Magdalena el propio Jesús acompañado por dos ángeles (20:11–14)
El mensaje que esas personas (o ángeles) traen también varía: en Marcos y Mateo les dicen a las mujeres que se vayan a Galilea a encontrarse con Jesús; en Lucas no dice nada salvo que recuerden lo que Jesús les dijo en Galilea, que tenía que ser crucificado (24:5–8), y es en una aparición posterior cuando Jesús les dice que se deben quedar en Jerusalén (24:49); en Juan no hay ninguna petición similar.
Con respecto a la reacción de las mujeres al encuentro de la tumba vacía, en Marcos las mujeres se asustan y no se lo dicen a nadie (16:8, retomaré este tema más adelante); según Mateo las mujeres fueron a contárselo a los discípulos (28:8); en Lucas se lo cuentan a los once y a todos los demás (24:9); y en el último de los Evangelios María Magdalena acude tan solo a Pedro y al discípulo amado (20:2), hablando a los discípulos solo en la posterior aparición de Jesús y los dos ángeles (20:18) y sin que estuviera Tomás entre ellos (20:24).
Tras oír a las mujeres, y de acuerdo con Mateo, los discípulos acuden a Galilea a reunirse con Jesús (28:16). Sin embargo, Lucas afirma que en primer lugar las tomaron por locas, y solo Pedro acude a la tumba a comprobarlo (24:11–12), para después ir todos a Jerusalén y permanecer ahí 40 días (Lc 24:33, Hechos 1:3); según Juan son tanto Pedro como el discípulo amado los que van a la tumba (20:3–8) y luego no van ni permanecen en ningún lugar concreto.
En Marcos no tenemos ni una sola aparición de Jesús resucitado; en Mateo tenemos dos, una a las mujeres cuando van en camino a avisar a los discípulos (28:9) y la otra en Galilea cuando los discípulos acuden a su llamada (28:16–18); Según Lucas, Jesús se le aparece en primera instancia a Cleofás, a otro discípulo que iba con él, y a Pedro (24:13, 15, 18 y 34) y luego tuvo muchas apariciones durante los 40 días que permanecieron en Jerusalén (Hc 1:3); finalmente, Juan nos dice que la primera aparición de Jesús fue a María Magdalena cuando esta lloraba frente al sepulcro, junto a los dos ángeles y antes de que nadie le dijera qué estaba pasando (20:14), habiendo luego otras muchas más (20:30)
Pablo nos ofrece una versión más, sin tanto detalle, pero todavía distinta de lo visto hasta ahora. Pablo (1 Corintios 15:5–8) asegura que después de su muerte y resurrección Jesús se apareció primero a Pedro, luego a los doce, luego a 500 personas simultáneamente (¡!), luego a Santiago, después a todos los apóstoles, y finalmente al mismo Pablo. Esto difiere de todo lo visto hasta ahora, ninguno de los Evangelios menciona esta sucesión de apariciones ni mucho menos en este orden y, salvo Marcos, todos mencionan apariciones a personas distintas y ninguno menciona la aparición a 500 personas a la vez.
Fuera del Nuevo Testamento
Si he tratado en tanto detalle las versiones contenidas en el Nuevo Testamento es porque son las más tempranas y con más detalle de las que disponemos, pero hubo muchas otras ya desde los inicios del cristianismo. Lamentablemente, el hecho de no haber logrado alcanzar la categoría de texto canónico para la gran mayoría de cristianos ha impedido que lleguen hasta nuestros días en las mismas condiciones.
Un ejemplo claro nos lo da Papías de Hierápolis, uno de los autores cristianos más tempranos de los que tenemos constancia, y de quien Eusebio de Cesarea decía que ofrecía relatos de Jesús extraños, que él calificaba como míticos, y que llegaron a Papías por tradición no escrita (Hist. Ecl. 3.39.11).
E igual que hablamos de los Evangelios canónicos y las diferencias que incluyen, debemos hacerlo de los apócrifos, que difieren todavía en mayor medida. Hablando tan solo de un grupo cristiano concreto, el de los marcosianos, Ireneo mencionó a finales del siglo II que tenían una cantidad indecible de escritos apócrifos (Contra las Herejías, 1.20.1). Algunos han llegado hasta hoy de forma más o menos completa: los Evangelios copto y el de la infancia de Tomás, el de los egipcios, el de los hebreos, el de los ebionitas, el de Pedro… todos ellos de fechas no muy lejanas a los Evangelios canónicos, y a los que habría que añadir los que no llegamos a conocer18.
Modificaciones al texto
Como ya he dicho, es la forma escrita la que permite que el texto pueda alcanzar una forma fija y transmitirse de forma fiel. No obstante, ni siquiera esto era algo seguro antes de la llegada de la imprenta, cuando las sucesivas copias del documento debían hacerse a mano y cada una podía también contener errores que fueran acumulándose, menos aún en textos religiosos donde eran muchos los incentivos para cambiarlos a gusto del copista, ya sea por motivos espurios o guiándose por su erróneo pero bienintencionado criterio.
Para este tema, hay un caso concreto dentro del Nuevo Testamento que es especialmente relevante: el final del Evangelio de Marcos.
9 Resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. 10 Ella fue a anunciárselo a sus compañeros, que estaban de duelo y llorando. 11 Ellos, al oírle decir que estaba vivo y que lo había visto, no la creyeron.
12 Después se apareció en figura de otro a dos de ellos que iban caminando al campo. 13 También ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero no los creyeron.
14 Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado. 15 Y les dijo: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. 16 El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado. 17 A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, 18 cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos».
19 Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. 20 Ellos se fueron a predicar por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.
Tradicionalmente se ha considerado que este es el final del Evangelio de Marcos. Es el que viene recogido en la vulgata, traducción al latín de la Biblia encargada a san Jerónimo en el siglo IV por el papa Dámaso I, y cuya posición de oficialidad se reforzó mil años después en el concilio de Trento cuando se estableció que esa era la versión auténtica de la Biblia y que los libros que la componen son canónicos en la forma en la que vienen en la vulgata, anatemizando al que niegue esto19. Así ha llegado también hasta hoy, donde cualquier edición de la Biblia suele incluir este final, sea con alguna advertencia o no.
Sin embargo, parece claro hoy en día que ese no fue el final original del Evangelio de Marcos sino que, o bien finaliza en el octavo versículo de ese capítulo, donde las mujeres entran en pánico tras el encuentro en el sepulcro y huyen sin decirle nada a nadie, o bien el final original ha quedado perdido en el tiempo. Lo que está claro en cualquier caso es que Mc 16:8 es lo último que conocemos del primer Evangelio.
Bruce Metzger expone algunos de los argumentos por los que estos últimos doce versículos son claramente un añadido posterior20:
Están ausentes en los dos manuscritos más antiguos de los que disponemos que contienen el último capítulo de Marcos: Codex Sinaiticus y Codex Vaticanus. También del Codex Sinaiticus Syriacus, Codex Bobiensis, de alrededor de cien manuscritos armenios, y de los dos manuscritos georgianos más antiguos. Otros muchos lo incluyen, pero con notas indicando que no está en manuscritos más antiguos, o con asteriscos u óbelos para señalar que probablemente se trate de un añadido espurio21.
Clemente de Alejandría y Orígenes parecen no conocer dicho final, y Jerónimo y Eusebio afirman que no se encuentra en la mayoría de las copias griegas del Evangelio que conocían.
El estilo y el vocabulario de dichos versículos son distintos del de Marcos22.
No guarda coherencia con el resto del capítulo. En palabras del propio Metzger “La conexión entre el versículo 8 y los versículos 9–20 es tan extraña que es difícil creer que el evangelista pretendía que esta sección fuera una continuación del Evangelio. Así, el sujeto en el versículo 8 son las mujeres, mientras que Jesús es el sujeto implícito en el 9; en el versículo 9 María Magdalena es identificada incluso aunque se ha mencionado solo unas líneas antes (15:47 y 16:1); las otras mujeres de los versículos 1–8 son olvidadas; el uso de ἀναστὰς δέ y la posición de πρῶτον son apropiadas para el comienzo de una narrativa completa, pero son inadecuados en continuación a los versículos 1–8.”23.
Finalmente, el propio hecho de que circulasen varios finales del Evangelio (los dos en los que nos hemos centrado y otros dos más) nos debería llevar a preguntarnos por qué, y parece fácil ver por qué si pensamos que realmente finalizaba en Marcos 16:8, puesto que este puede ser más difícil de aceptar para el lector por lo anticlimático que resulta, mientras que es más difícil pensar en por qué alguien querría mutilar alguno de los finales más largos de esa forma.
Esta no es ni mucho menos la única interpolación que encontramos en el Nuevo Testamento, sino que hay otros ejemplos célebres como la historia de la mujer sorprendida en adulterio, el ángel de Getsemaní, o la coma juanina. Pretendo con esto dar un simple ejemplo del punto hasta el cual podemos encontrar deformaciones en el texto bíblico.
Desde luego, no es baladí este caso concreto, sino que estamos hablando nada más y nada menos que de la presencia o ausencia de apariciones de Jesús después de la muerte. Que incluso en algo tan esencial para la historia encontremos corrupción del texto es una muestra más de la tesis que he tratado de defender durante todo este artículo: que no podemos confiar en que aquello que encontramos hoy en día en los Evangelios sea la imagen fiel de lo que se dijo por parte de los cristianos en un primer lugar, en vez del resultado de una cadena de confusiones, modificaciones, omisiones, y mitos añadidos con posteridad.
Conclusión
No pretendo decir con todo esto que nada en el Nuevo Testamento nos ofrezca información de lo que ocurrió, o de como vieron los primeros cristianos lo que ocurrió, o que lo que tenemos no sea más que nuevas obras con apenas vestigios evolutivos de aquellas en las que se basan. Nada más lejos de mi intención.
Sin duda alguna podemos encontrar información de valor histórico en dichas obras, no pretendo negarlo, pero con esto sí quiero señalar la necesidad de aplicar en todo momento un sano escepticismo. Cuando leamos un pasaje de los Evangelios debemos tomar esto como evidencia a favor de lo que está diciendo, pero no es algo que debamos dar por seguro sino que tenemos que contemplar siempre la posibilidad de que lo ahí dicho no se remonte a lo dicho por sus protagonistas, sino que tal vez sea algo que se haya ido desarrollando con el tiempo hasta llegar a su forma final en fechas mucho más tardías, sin una relación tan estrecha con la realidad histórica.
Excurso: El argumento de los nombres de Bauckham
Richard Bauckham ha destacado estas últimas décadas como el mayor defensor de la fiabilidad y de la estabilidad de la predicación de los seguidores de Jesús, gracias al contacto mantenido con los testigos por las comunidades cristianas. A lo largo de este y los otros artículos ya he ido respondiendo de forma natural a algunas de las cuestiones que plantea, pero hay una en particular que no vi conveniente introducir en ninguna de las secciones, pero que no quiero dejar sin respuesta por lo ingenioso, por la apariencia de verosimilitud que le da el uso de (rudimentarios) métodos estadísticos, por lo muy publicitado que es en ciertos círculos, y en última instancia por su estrepitoso fracaso.
La idea es la siguiente24:
Dice Bauckham que los nombres de las personas son una de las cosas que más fácilmente se pierden en la transmisión de una historia, algo que es cierto y es una de las conclusiones a las que llegan algunos de los estudios que he citado ya sobre este asunto.
Por tanto ve conveniente realizar un estudio para comprobar si estos nombres se han conservado bien y, de ser así, poder deducir que si precisamente este elemento que es de los más fáciles de olvidar logró una buena conservación, es porque se ha conseguido en general en todas las partes de los Evangelios.
Para ello su primer paso es localizar todos los personajes identificados por su nombre en cada uno de los Evangelios y el libro de los Hechos y tabularlos, recabando de esta forma los datos que luego podrá analizar.
Destaca la coincidencia en algunos nombres entre los Evangelios sinópticos, algo que ve como una señal de que fueron personajes reales o incluso que fueron testigos que ayudaron a los evangelistas.
El punto más relevante: Bauckham compara esta tabla de frecuencias de nombres con las de los palestinos de la época y encuentra que estas son muy semejantes, lo que juzga una casualidad complicada en caso de que los nombres no fueran los correctos, sino creados posteriormente.
Sobre lo referido a la coincidencia de nombres entre los sinópticos no me explayaré demasiado, creo que es algo que no debe resultar sorprendente ni facilitarnos demasiadas conclusiones cuando sabemos que los posteriores tenían acceso a textos escritos de los anteriores, y por tanto para ellos sería incluso algo más sencillo mantener los nombres que no hacerlo. Me centraré más en el último punto.
La primera de las objeciones que pongo es la asunción de que esta coincidencia entre los nombres más comunes en los libros y los más comunes en la realidad sea tan difícil en caso de que aquellos sean ficticios. ¿No podría darse esta casualidad simplemente porque se fueran añadiendo aquellos nombres con los que los autores estuvieran más familiarizados en su día a día? Tal vez no, pero no lo sé, y Bauckham no hace el esfuerzo de aportar para apoyar su postura en este asunto. Me gustaría ver cuál sería el resultado haciendo el mismo ejercicio con obras ficticias contemporáneas que contengan gran cantidad de personajes, como podría ser la colmena o alguna telenovela, y comparando los datos con censos actuales; o tal vez hacer el mismo ejercicio con escritos apócrifos cristianos, pero Bauckham no ofrece nada semejante.
La segunda es que Bauckham está comparando las frecuencias de los nombres en el Nuevo Testamento con unas que nunca existieron. En su obra no hace uso de estadísticas sobre los nombres de los habitantes de la Palestina del siglo I, sino que los datos de los que dispone son de entre el año 330 antes de Cristo y el 200 después, ¡más de medio milenio de rango!
La presunción de que en esos más de 500 años la distribución de los nombres habría permanecido constante es totalmente injustificada si no se aportan pruebas de ello. De hecho, lo que tenemos son pruebas en contrario, y es que la propia fuente de Bauckham aclara que ese fue un periodo de grandes cambios en esta materia, con sucesos como las revueltas macabeas, con el posterior establecimiento de los asmoneos, o la destrucción del templo, la diáspora, y el acercamiento al mundo griego; todos ellos causaron grandes cambios en la popularidad de distintos nombres25.
Por poner una analogía, este intento de Bauckham resulta similar a coger una obra del siglo XIX y buscar entre sus personajes a unos cuantos Beltrán, algún Bartolomé, una que otra Catalina, y todo acompañado de algún Jonatan, una Nerea, o un Hugo. Si de verdad encontrásemos un libro que replicase la lista de nombres de un periodo de 500 años, tendríamos que concluir que es muy probable que sea una creación artificial.
Finalmente, mi tercera objeción es que no veo esa correspondencia que él afirma con los datos de onomástica a los que refiere. Veamos las tablas que él mismo ofrece, una con nombres de hombre y otra con nombres de mujeres, a las que he añadido dos columnas en las que incluyo la proporción de los nombres de cada categoría con respecto al total de estas para poder hacer la comparación más sencilla.
La primera conclusión que salta a la vista viendo estas tablas es que carecemos de una muestra suficientemente abundante como para poder asegurar lo que Bauckham asegura y con la contundencia con la que lo hace, al menos por el lado neotestamentario. En este, la mayoría de los nombres están representados por una o ninguna persona, incluyendo entre ellos algunos relativamente populares, lo que nos impide hacer ningún análisis serio.
La segunda conclusión es que, incluso ignorando lo dicho anteriormente y lanzándonos a las especulaciones temerarias, uno debe decir que el parecido es más el de dos primos lejanos que el de dos hermanos.
En las mujeres (donde la escasez de la muestra es más acusada) encontramos un 35% de Marías frente a solo el 20% de la población general; solo un 6% (una única persona) de Salomés, cuando la cifra real era de más de un 20%; la misma cifra de Dorcas o Tabita cuando la cifra real era de solo un 0,7% (1 persona frente a 2 personas en datos absolutos); y ninguna Shelamzion cuando era el segundo nombre más popular.
En los hombres, donde la población es bastante mayor, la cosa es todavía peor. Hay varias discrepancias, pero creo que la más clara es la de Eros, que representa un 5%, esto es, 4 personas en los Evangelios y el libro de los Hechos, pero solo un 0,2%, otras cuatro personas, en la población general. Pero es que la diferencia es más sangrante cuando nos damos cuenta que esas últimas cuatro personas incluyen las cuatro de los Evangelios y los Hechos, porque Bauckham no eliminó esto de los datos de la población general como debería hacer si pretende una comparación menos sesgada, lo que nos lleva a la conclusión de que ¡Un 5% de los personajes de los Evangelios y los Hechos tenían un nombre que no comparten con ninguna otra persona de la que tengamos constancia en su contexto histórico! Eso es el cuádruple que la cantidad de Lázaros en los mismos libros, cuando este era el tercer nombre más popular.
Y es que, para poder argumentar que este parecido existe, Bauckham necesita hacer un despliegue de cherry picking sin parangón. Por ejemplo, destaca que los nueve nombres más populares de hombres acumulan en ambos casos alrededor de un 40%, lo que ni siquiera es cierto según mis cálculos (en la población general el porcentaje sería un 58%), sin explicar por qué escogió esa medida aparentemente tan arbitraria o por qué no calcular alguna otra estadística más objetiva.
El intento de Bauckham es simplemente insostenible.
Frederic Charles Bartlett, Remembering: A Study in Experimental and Social Psychology (Londres: Cambridge University Press, 1932), pp. 118–176.
Alex Mesoudi y Andrew Whiten, «The multiple roles of cultural transmission experiments in understanding human cultural evolution», Philosophical Transactions of the Royal Society B: Biological Sciences 363 (2008): pp. 3491–3493, https://doi.org/10.1098/rstb.2008.0129.
Fritz Breithaupt et al., «Fact vs. Affect in the Telephone Game: All Levels of Surprise Are Retold With High Accuracy, Even Independently of Facts», Frontiers in Psychology 9 (2018), https://doi.org/10.3389/fpsyg.2018.02210.
Ni siquiera es necesario tanto como esto para que motivaciones ajenas a la exactitud entren en juego, sino que esto es algo que ocurre cotidianamente. Véase Elizabeth Marsh, «Retelling Is Not the Same as Recalling», Current Directions in Psychological Science 16, n.o 1 (2007): pp. 16–20, https://doi.org/10.1111/j.1467-8721.2007.00467.x.
Las obras de Parry fueron recopiladas por su hijo en: Millman Parry, The Making of the Homeric Verse: The Collected Papers of Milman Parry, ed. Adam Parry (Oxford at the Clarendon Press, 1971); De Lord destaca un libro que resulta hoy en día de obligada citación en todo lo escrito a este respecto: Albert B. Lord, The Singer of Tales (Nueva York: Atheneum, 1971).
Es posible acceder online a materiales que recabó Parry en su investigación en Yugoslavia, incluyendo audios de poesía épica cantada en https://library.harvard.edu/collections/milman-parry-collection-oral-literature
Es el caso de Mitcho Savitch en Parry, The Making of the Homeric Verse, 389–90 donde habla sobre su participación en la guerra serbo-otomana de 1876.
Lord, The Singer of Tales, pp. 13–29.
Lord, The Singer of Tales, pp. 68–123.
Parry, The Making of the Homeric Verse, p. 412.
Jack Goody, The interface between the written and the oral (Cambridge: Cambridge University Press, 1987), pp. 167–190; Jan Vansina, Oral Tradition as History (Madison, Wisconsin: The University of Wisconsin Press, 1985), pp. 45–54; Ruth Finnegan, Oral Literature in Africa (Open Book Publishers, 2012), pp. 10–14.
Elizabeth Shanks Alexander, Transmitting Mishnah: The Shaping Influence of Oral Tradition (Cambridge University Press, 2009), pp. 35–116.
Cezary Galewicz, «“Let Śiva’s favour be alike with scribes and with reciters:” Motifs for copying and not copying the Veda», en Proceedings of the International Symposium “The Book. Romania. Europa” 20–24 September 2010, ed. Jan E. M. Houben y Julieta Rotaru (Éditeur Bibliothèque de Bucarest, 2011), pp. 113–145.
Goody, The interface between the written and the oral, pp. 110–122.
Kenneth E. Bailey, «Informal Controlled Oral Tradition and the Synoptic Gospels», Asia journal of theology 5, n.o 1 (1991): pp. 34–54.
Theodore J. Weeden, «Kenneth Bailey’s Theory of Oral Tradition:A Theory Contested by Its Evidence», Journal for the Study of the Historical Jesus 7 (2009): pp. 3–43, https://doi.org/10.1163/174551909X376814.
Ibid, pp. 12–21
Para una discusión de la posición de los Evangelios canónicos frente a los demás véase Helmut Koester, «Apocryphal and Canonical Gospels», The Harvard Theological Review 73, 1/2 (1980): pp. 105–30, https://doi.org/10.1017/S0017816000002066.
Ya en el siglo XX la Iglesia ha tratado de matizar esto ofreciendo la interpretación, frontalmente contraria al significado original de lo dictado en dicho concilio al respecto, que la autoridad de la vulgata solo es en respecto a materia de fe y moral, pero no en “cuestiones críticas”, esto es, que no necesariamente reflejaba los textos originales correctamente. Pero esto es otro tema.
Bruce Metzger, A Textual Commentary on the Greek New Testament (United Bible Societies, 1985), pp. 122–126.
Sobre esto último, véase Adela Yarbro Collins, Mark: A Commentary (Minneapolis: Fortress Press, 2007), pp. 804–805.
Sobre el vocabulario “e.g. ἀπιστέω, βλάπτω, βϵβαιόw, ἐπακολουθέω, θεάομαι, μετὰ ταῦτα, πορεύομαι, συνεργέω, ὕστερον are found nowhere else in Mark; and θανάσιμον and τoῖς μετ᾽ αὐτοῦ γενομένοις, as designations of the disciples, occur only here in the New Testament”, Metzger, A Textual Commentary, p. 125
Ibid, p. 125
Richard Bauckham, Jesus and the Eyewitnesses: The Gospels as Eyewitness Testimony (Grand Rapids, Michigan: William B. Eerdmans Publishing Company, 2006), caps. 3–4.
Tal Ilan, Lexicon of Jewish Names in Late Antiquity: Palestine 330 BCE — 200 CE (Mohr Siebeck, 2002), pp. 1–2 y 6–7.