La errancia bíblica
La biblia no es más que un compendio de escritos que serían, de acuerdo al menos con la inmensa mayoría de los cristianos, inspirados por Dios, y que recogerían una colección de hechos pretendidamente históricos, enseñanzas, mandatos, y teología. Qué libros en concreto forman parte de la biblia no es una cuestión poco polémica en la actualidad ni lo fue en el pasado, pero por lo general esto no será un problema ya que procuraré centrarme en aquellos que están aceptados por todas o casi todas las denominaciones.
La importancia de este libro para cualquier cristiano es crucial, no solo porque sea la verdadera base de su religión, la que recoge casi todos los mitos que la conforman, sino también por la autoridad con la que lo hace. El hecho de que se la considere inspirada por Dios implica que, al ser este omnisciente y omnipotente según la creencia de los cristianos contemporáneos, y al ser este un agente que, de nuevo según ellos, nunca miente, todo lo que venga en el libro debería ser cierto. Esto es lo que mantiene la doctrina de la inerrancia bíblica, dogma fundamental para la mayoría de los cristianos.
Dicha doctrina ha sido parte de las creencias de la Iglesia Católica durante prácticamente toda su historia y sigue siéndolo hoy en día, pero hoy existe cierto debate sobre su alcance que no existía antes, presentándose dos versiones bastante distintas: la inerrancia absoluta y la inerrancia restringida. La polémica tiene su origen en una frase de la constitución dogmática Dei Verbum, documento aprobado en el concilio Vaticano II: “Pues, como todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, debe tenerse como afirmado por el Espíritu Santo, hay que confesar que los libros de la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación.” ¹.
La clave de la polémica está en esas últimas tres palabras, ¿quieren estas decir que solo está libre de error aquello que Dios quiso incluir en la biblia “para nuestra salvación”, y que habría otras cuestiones incluidas en los libros que no tienen esa motivación? ¿O lo único que hace es afirmar el motivo de enseñarnos la verdad “con fidelidad y sin error” en las sagradas escrituras es nuestra salvación? Quienes opten por la primera interpretación sostendrán una inerrancia limitada, centrada principalmente en cuestiones de moral, mientras que quienes opten por la segunda sostendrán una inerrancia absoluta, según la cual no podríamos encontrar ningún error en ni un solo versículo de la biblia, independientemente de sobre qué trate este.
Una manera de solventar el dilema es acudir a la fuente original. Ya que lo que he mostrado hasta ahora no es más que una traducción, cabe la posibilidad de que la ambigüedad desaparezca si lo leemos en el latín del que es traducido. Esto es lo que sostienen algunos autores, que defienden que leyendo el escrito original en latín este afirma inequívocamente la postura de la inerrancia absoluta², pero no es algo en lo que vaya a ahondar mucho por el sencillo motivo de que no tengo apenas idea de latín, con lo que no puedo realmente aportar nada más que una referencia casi ciega y sin capacidad de valorarla adecuadamente ni contrarreplicar a quien la replique.
Lo que sí sé hacer es lo que haría en el caso de que el texto fuera escrito originalmente en mi propio idioma: atender al contexto para saber qué era lo que pretendía transmitir el autor, independientemente de lo confuso que pueda llegar a ser la forma en la que finalmente lo haya expresado. En este caso creo que ese contexto es más que suficiente para decir sin margen para la duda que es un error pensar que esa frase apoya la visión de la inerrancia restringida, y que lo que realmente dice es que todo lo que viene recogido en la biblia está libre de error y Dios se ha asegurado de eso con el propósito de nuestra salvación.
La primera indicación clara está en el mismo párrafo, inmediatamente después de la frase de la discordia, donde dice “Así, pues, “toda la Escritura es divinamente inspirada y útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y equipado para toda obra buena” (2 Tim., 3,16–17)”. Si toda escritura tiene las características que esa cita dice que tienen parece que debería poder tener un rol positivo en la salvación de una persona, y por lo tanto no tendría sentido limitar la inerrancia solo a aquellas partes de la biblia que están ahí para nuestra salvación cuando toda ella es útil para eso. Por supuesto, esto es algo discutible, no está del todo claro que esa cita esté diciendo que toda es útil para la salvación, podría ser que fuera como dice “a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y equipado para toda obra buena” pero eso incluyera más cosas que aquellas que se refieren estrictamente a la salvación, pero esa no es una lectura evidente y el hecho de que esta cita venga en la misma sección que el tema de debate parece apuntar a que no es la correcta.
La segunda está en la nota a pie de página con la que el propio documento da apoyo a su afirmación³, en ella se citan documentos que apoyan claramente la inerrancia absoluta. De esos documentos citados nos encontramos con dos encíclicas que son particularmente explícitas tanto en su versión de la inerrancia como en el rechazo de esa inerrancia restringida que algunos pretenden ver, lo que se ve claramente en estos dos extractos:
lo que de ninguna manera puede hacerse es limitar la inspiración a solas algunas partes de las Escrituras o conceder que el autor sagrado haya cometido error. Ni se debe tolerar el proceder de los que tratan de evadir estas dificultades concediendo que la divina inspiración se limita a las cosas de fe y costumbres y nada más, porque piensan equivocadamente que, cuando se trata de la verdad de las sentencias, no es preciso buscar principalmente lo que ha dicho Dios, sino examinar más bien el fin para el cual lo ha dicho. En efecto, los libros que la Iglesia ha recibido como sagrados y canónicos, todos e íntegramente, en todas sus partes, han sido escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo; y está tan lejos de la divina inspiración el admitir error, que ella por sí misma no solamente lo excluye en absoluto, sino que lo excluye y rechaza con la misma necesidad con que es necesario que Dios, Verdad suma, no sea autor de ningún error.⁴
Más adelante, cuando contra esta solemne definición de la doctrina católica, en la que a los libros «enteros, con todas sus partes», se atribuye esta divina autoridad inmune de todo error, algunos escritores católicos osaron limitar la verdad de la Sagrada Escritura tan sólo a las cosas de fe y costumbres, y, en cambio, lo demás que perteneciera al orden físico o histórico reputarlo como «dicho de paso» y en ninguna manera — como ellos pretendían — enlazado con la fe, nuestro antecesor de inmortal memoria León XIII, en su carta encíclica Providentissimus Deus, dada el 18 de noviembre de 1893, reprobó justísimamente aquellos errores y afianzó con preceptos y normas sapientísimas los estudios de los divinos libros.⁵
No sería algo muy razonable incluir en una nota al pie dos encíclicas que condenan explícitamente la doctrina que estás intentando asentar en ese mismo párrafo, sobre todo si se hace sin ningún tipo de matización, dando a entender que apoyas lo que dicen y que las estás usando para reforzar tus afirmaciones. Solo hay una forma evidente de resolver esta incoherencia, esa nota impone una interpretación del texto compatible con las obras citadas, es decir, impone la lectura en la que todo lo que está escrito en la biblia sin excepción está libre de todo error, y que las últimas palabras se refieren simplemente a que esto es así para ayudar a nuestra salvación, sin más limitación que esa.
Finalmente, la última prueba está en los registros que tenemos de los debates que llevaron a la redacción final de ese documento, para lo que me apoyaré en el testimonio de Alois Grillmeier, uno de los participantes del concilio⁶. Tras resumir una serie de debates en torno a distintos borradores llega a la frase de la discordia, y sobre ella dice que en un primer momento la redacción iba a ser algo distinta, concluyendo con “veritatem salutarem inconcusse et fideliter, integre et sine errore docere profitendi sunt” que traducido sería algo como “(las escrituras) enseñan firmemente, fielmente y sin error la verdad de la salvación”. De acuerdo con su relato de los hechos esta redacción topó inmediatamente con un problema, la posibilidad de que se malinterpretase al pensar que la inspiración divina solo alcanza la verdad de la salvación, quedando fuera la verdad profana.
Se hicieron varios cambios para asegurarse de que no se transmitiese ese erróneo mensaje: en primer lugar, se añadió inmediatamente después la cita ya mencionada anteriormente de la segunda epístola a Timoteo para reafirmar que todo lo contenido en la biblia es para nuestra salvación, y por lo tanto los efectos de la inspiración divina alcanzan a todas las partes de ella; tras eso, se añadió en la nota al pie referencias a dos encíclicas que condenaban explícitamente la doctrina de la inerrancia limitada, las dos encíclicas ya mencionadas; finalmente, la redacción se cambió, pensándose en un primer momento en eliminar directamente la referencia a la salvación para hablar simplemente de la verdad, pero optándose al final por modificarla para llegar a la fórmula actual, que se consideró que dejaba menos lugar al equívoco de considerar la referencia a la salvación como una limitante.
Creo que queda suficientemente probado con esto que Dei Verbum no supuso en ningún modo un cambio ni una limitación a la doctrina de la inerrancia que se había sostenido hasta ese momento. La Iglesia Católica considera que las sagradas escrituras están inspiradas en su totalidad por Dios (el espíritu santo), teniéndole por tanto como coautor de estas, y por ese motivo atribuirles algún tipo de error sería o bien atribuir un error al mismo Dios o bien acusarlo de mentir, ambas cosas inaceptables para ellos. Esto de ninguna manera puede limitarse a cuestiones morales o teológicas, postura condenada explícitamente, sino que abarca la biblia en su totalidad y por lo tanto también en sus cuestiones factuales, habiéndose esforzado la Iglesia en dejar esa cuestión clara en el único texto al que algunos se agarran para decir lo contrario.
Por cuestión de economización no entraré a hacer un estudio similar al anterior con las demás denominaciones cristianas, basta decir que de alguna forma u otra la inerrancia sigue siendo la doctrina más habitual entre la gran mayoría de cristianos no católicos. En cualquier caso, considero que incluso aquellos que no lo comparten deberían hacerlo, creo que los argumentos brevemente referenciados cuando hablé de la Iglesia Católica son correctos y convincentes desde la perspectiva cristiana. Si aceptamos que la biblia (sin entrar en su composición concreta) surge de la inspiración divina (y si no aceptamos esto es difícil explicar cómo algunos de sus autores pueden tener acceso a cierta información) y si asumimos también que este es omnipotente y omnisciente y que no tiene intención en ningún momento de mentir, entonces debemos llegar a la conclusión de que estos textos no pueden tener ningún error. La influencia en el texto de los humanos inspirados no puede ser excusa, puesto que Dios debería ser capaz de escoger sus escribas y transmitirles su mensaje de tal forma que el texto final fuera perfecto sin ningún esfuerzo extra para él, cada letra que acabase finalmente en los manuscritos de esos autores inspirados estaría ahí porque Dios lo quiso, y por lo tanto cada error también.
Consecuencias y hoja de ruta
Alguna gente suele dar por sentado la infalsabilidad del cristianismo, actitud bien representada en la frase común “no puedo probar que Dios existe, pero tú tampoco puedes probar que no existe”, pero con lo ya expuesto podemos ver claramente que no es así, sino más bien al contrario, es una de las teorías más fácilmente falsables que podemos encontrar, el estrictísimo estándar al que lo somete la inerrancia es el culpable de esto.
Recordemos que esto obliga a que la biblia esté libre de cualquier tipo de error, da igual lo nimio que sea. Si en algún lugar del Evangelio de Marcos encontrásemos la afirmación de que Poncio Pilato tenía pelos en la nariz, por dar un ejemplo ficticio para no despertar polémicas todavía, pero en la actualidad de alguna forma pudiésemos comprobar sin margen para el error que Poncio Pilato no tenía pelos en la nariz, entonces el catolicismo habría sido completamente refutado y el cristianismo tocado de muerte. En contraste, si encontrase algún error obvio en cualquier obra de Marx un marxista podría decirme “sí, ahí Marx se equivocó, pero su teoría general sigue siendo válida”, pero ante un error bíblico mi adversario no tiene más remedio que tratar de negar que tal error exista.
Por supuesto que eso tiene su contrapartida, si las escrituras lograsen pasar ese riguroso test su credibilidad se vería enormemente reforzada, pero mi papel en una serie de próximos artículos será mostrar que no solo no es así, sino que disponemos de cientos de ejemplos de errores fácilmente identificables, y el total con seguridad será muy superior. En la lista que iré desarrollando, que incluirá tan solo una fracción de estos, habrá a grandes rasgos dos grandes grupos: las contradicciones externas y las contradicciones internas.
Entre las contradicciones externas, las que se dan con lo que conocemos de la realidad mediante otros métodos, me enfocaré especialmente en su primitiva cosmología: un mundo joven, creado en pocos días, dentroun universo pequeño y centrado en nuestro planeta. Para esto plantearé cuatro demostraciones:
La primera será contra los creacionistas, exhibiendo las pruebas que hacen su postura insostenible, llevando a la conclusión de que la única forma de ser creacionista es plantear un creador que busca deliberadamente crear un mundo engañoso, en el que la única conclusión razonable sea que el relato de la creación es falso, y hablaré brevemente de la problemática de un Dios que pretende ser tan engañoso
Luego enseñaré que el creacionismo no es suficiente, que ni siquiera los llamados literalistas más fervientes de hoy en día están dispuestos ya a aceptar cuestiones como que el cielo sobre nuestras cabezas es una cúpula que nos separa de una gran masa de agua que rodea el mundo, y por lo tanto no es necesario entrar en los debates en los que los creacionistas suelen entrar con biólogos, geólogos, físicos y demás académicos de distintas disciplinas para probar que se equivocan, sino que basta acudir a su propio libro. Para esto responderé a las objeciones que estos plantean, por las que cuestiones como estas se verían cumplidas realmente de modo literal y el único problema consistiría en una lectura de ciertos pasajes, refutando las interpretaciones en las que se apoyan para decir eso
En tercer lugar responderé a la que creo que es la réplica más común, al menos en este continente, aquella que insiste en que no debe hacerse una interpretación literal de aquellas partes que yo resalto como problemáticas. Demostraré que esta es solo una reacción desesperada ante la avalancha de pruebas contra su mitología, que no tiene ningún apoyo en el texto sino más bien todo lo contrario, y que la posición cuasi unánime entre sus adeptos hasta la revolución científica fue la de tomar dicha mitología como hechos verdaderos, incluyendo aquellos que ya ni quienes se enorgullecen de ser los más radicales fundamentalistas son capaces hoy de repetir con la cara seria.
Por último, haré un pequeño análisis de las interpretaciones compatibilistas que se han dado, con especial atención a aquello que se ha dicho desde la Iglesia Católica, probando que incluso aunque aceptásemos dichas interpretaciones (y ya dije en el punto anterior que no debe hacerse) estas siguen siendo demostrablemente falsas, incompatibles con nuestros conocimientos acumulados sobre biología.
El apartado de las contradicciones internas será mucho más sencillo. No será necesario entrar a explicar conceptos más técnicos ni mostrar evidencia empírica, ya que no es necesario usar más fuente que la propia biblia para resaltar estas contradicciones; ni tampoco estará en discusión en la mayoría de los casos la intención literal o no de los pasajes que destaque, ya que en su mayoría trataré de sacarlos de los Evangelios, a los que prácticamente ningún cristiano niega la historicidad.
No obstante, no estaré ausente de enemigos, sino que estos serán aquellos apologistas que han intentado desde los primeros siglos del cristianismo hasta hoy armonizar dichas contradicciones de las formas más imaginativas. Para esto trataré de refutar sus propuestas, pero también juzgaré su extravagancia, explicando que, aunque algo pueda llegar a tener un determinado significado atendiendo a la literalidad de sus palabras consideradas una a una y en ausencia de contexto, sostener que realmente dice eso puede ser simplemente mentir.
Por los motivos explicados anteriormente, y sin que eso implique que no vaya a escribir sobre muchas otras temáticas alrededor de la crítica a la religión cristiana (algo que haré), pretendo que cada uno de esos futuros artículos sea en sí mismo una refutación suficiente de la fe cristiana en general, y de la católica en particular.
Notas
Segundo Concilio Vaticano, “Constitución Dogmática de la Iglesia, Dei Verbum”, 18/11/1965 https://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_const_19651118_dei-verbum_sp.html, § 11; Esta misma frase aparece también aunque con una traducción ligeramente distinta en el punto 107 del Catecismo de la Iglesia Católica https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p1s1c2a3_sp.html.
Brian W. Harrison, «Restricted Inerrancy and the “Hermeneutic Of Discontinuity”», letter & spirit 6 (2010): 233–34.
Por motivos que desconozco las notas no están disponibles en la traducción al castellano, pero podéis consultarlas en cualquier otra. Enlazo la versión en inglés para quien quiera comprobarlo https://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_const_19651118_dei-verbum_en.html
León XIII, Providentissimus Deus, carta encíclica, 18 de noviembre de 1893, https://www.vatican.va/content/leo-xiii/es/encyclicals/documents/hf_l-xiii_enc_18111893_providentissimus-deus.html, §45
Pío XII, Divino Afflante Spiritu, carta encíclica, 30 de septiembre de 1943, https://www.vatican.va/content/pius-xii/es/encyclicals/documents/hf_p-xii_enc_30091943_divino-afflante-spiritu.html, §1
Herbert Vorgrimler, ed., «The Divine Inspiration and the Interpretation of Sacred Scripture», en Commentary on the Documents of Vatican II, vol. 3 (London : Burns & Oates ; N.Y. : Herder and Herder, 1969), 209–15